En las comunidades de código abierto lo central -aparentemente- son las contribuciones: la cantidad y calidad del trabajo que se comparte. Esto las hace a primera vista mucho más horizontales, ya que se trata de comunidades de producción de pares, donde todas las personas son iguales y tienen las mismas oportunidades de contribuir. Al poder ver y estudiar el código fuente, cualquier persona con las capacidades técnicas necesarias puede -en teoría- introducir mejoras. Quienes alcanzan una mayor estima (y poder) en la comunidad, son aquellos que han contribuido en mayor medida y más significativamente al resultado colectivo. Los privilegios y el estatus ganados vendrían a ser el resultado de sus méritos. Y sus méritos son transparentes porque pueden verse en la cantidad de contribuciones realizadas y aceptadas, en el número de ediciones hechas y en la habilidad para resolver tareas. Las herramientas de seguimiento de versiones, como Git, permiten registrar y seguir con precisión las contribuciones.
Por todo esto, las comunidades de código abierto se enorgullecen de su apertura y neutralidad. El código abierto es agnóstico con respecto a quien es quién en cada nueva contribución. El reconocimiento es otorgado en función de la relevancia y utilidad del código o del contenido creado. Parece algo totalmente separado de los cuerpos que producen el código, y de las condiciones sociales que producen esos cuerpos. Como se trata mayormente de comunidades online, el cuerpo y sus condiciones materiales de existencia parecen diluirse en la virtualidad.
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Ilustración de Marco Palmieri. Creative Commons BY NC ND.